Saldaña, tres décadas de poesía

Hallamos en La raíz del aire la piedra de Rosetta de la bibliografía de Alfredo Saldaña (Toledo, 1962), quien selecciona y ordena más de tres décadas de poesía en las que todo es sentido, camino, invierno e indocilidad; donde es preciso contemplar las relaciones ontológicas entre el ser y el lenguaje pues nos dice “soy ya un texto, tejido textual, cuerpo devenido en discurso que fluye como la corriente rebosada del río” y se orienta en torno a tres ejes: la soledad, el frío y el silencio, significantes condicionados por la debilidad, la incertidumbre y el desequilibrio, pues en el progreso hay inestabilidad mientras un pie sustenta el peso en el aire. Así, Saldaña —Catedrático  de de literatura de la Universidad de Zaragoza y autor de poemarios como ‘Humus’ (Eclipsa- dos, 2008), ‘Malpaís’ (La Isla de Siltolá, 2015) o ‘La acción es el frío’ (Olifante, 2023)— ofrece firmeza al funámbulo para avanzar  por un páramo desierto que es cuerda floja entre la conciencia del ser y el verbo y nos expone que el propósito de su obra es “dar cuenta de una relación con el lenguaje” en la que el silencio —la respiración— es el contrapeso de la palabra y su semántica; pauta en su pentagrama; fonema mudo; lindero que dibuja una silueta reconocible alrededor de cada término para “pasar, delimitar la vida con la voz,/ disolver la existencia/ en un acontecimiento escrito,/ ir hacia el silencio”.

En sus páginas, el frío —como relámpago chariano— es metáfora del conocer, contrapartida prometeica a la obtención del entendimiento al “rozar la realidad/ con el extremo afilado de una idea”, mientras que el tiempo en su escritura-lectura se mide a través del apartamiento del caminante que la recorre. Esta simplificación unitaria de la existencia es indicio del mundo que simboliza, tal como una figura de barro cocido en un yacimiento arqueológico es muestra de civilización, es epítome de la experiencia universal de la vida sentida y pensada desde el (no)lenguaje, pues la soledad se muestra como lugar distinguible en el todo, como antagonista del ruido universal de la multitud y su algarabía…

La soledad en Saldaña, lejos de empequeñecer el mundo del poeta, lo sublima al revelar el juego de espejos, la empatía del lenguaje que propicia amparo al otro concebido como reflejo unitario, extendiendo la piedad adquirida con el propio sufrimiento a la otredad, al haber experimentado ya que “pensar en un hombre que cae al caminar es mitigar su caída”. Este apartamiento del caminante en una errancia —severa con quien se desvíe— pide no contar el paso sino ser la propia vía de avance, pues —nos advierte— “eres migración y no nómada” y, añade más adelante, “la casa está en el camino”, es decir, andar es el lugar de acogida, en lo que sería un avance dentro del pensamiento nómada deleuziano.
Pero este no-lugar no se construye con hileras de ladrillos, sino que es hueco excavado en la página y su vacío es pura plenitud, pues al nombrar —acorde con lo dicho del silencio— es continente y es cuenco en el que todo cupiera, alcanzando a proyectar ante el lector un vacío absolutamente colmado, rotundo y pertinente en un momento histórico en el que decir “yo” parece estar ya al alcance de las máquinas.




La raíz del aire, Alfredo Saldaña. Nautilus, abril 2024.

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